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Guía de Vizcaya

Vizcaya: Rincones inesperados y únicos junto al Cantábrico

Mosaico de contrastes

Introducción Vizcaya
Hace apenas unos años, pocos se hubieran aventurado a apostar por las tierras vizcaínas para disfrutar de unos días de relax o de una escapada de fin de semana. Y es que la imagen de los altos hornos, uno de los pilares de la prosperidad y la riqueza de esta provincia marinera, siempre ha pesado más que otros poderosísimos argumentos, capaces de seducir y cautivar al viajero más exigente. Por suerte, la reconversión industrial de las últimas décadas, unida a la aparición de una potente oferta hotelera y de turismo rural, ha ayudado a desterrar la imagen gris y anodina de antaño y a desempolvar y poner nuevamente en valor los incontables encantos de la zona.

Muchos de estos activos son de sobras conocidos: un frondoso paisaje, ataviado con un eterno manto verde que desafía el paso de las estaciones; sugerentes playas bañadas por las aguas del Cantábrico, un pueblo afable, hospitalario y apegado a su cultura, sus raíces y su lengua (el euskera) y, por supuesto, una tradición culinaria tan sencilla como deliciosa, y que se cuenta entre las más admiradas y reconocidas del mundo. 

Estos reclamos emergen en una sociedad en la que la modernidad de las ciudades convive con otras formas de vida más tradicionales, ligadas al campo y a la economía ancestral de los caseríos.

Situada en el extremo occidental del País Vasco (o Euskadi, siendo fieles a su denominación más genuina), abocada a una costa agreste e irregular y atravesada por la ría de Bilbao, la provincia de Vizcaya es un mosaico de contrastes. Y es que las efervescentes ciudades de la cuenca del río Nervión; como Bilbao (su capital), Basauri, Barakaldo, Sestao, Portugalete o Getxo; dan paso a una de los mayores bazas de este enclave mágico: sus paisajes de montaña

No en balde, el territorio vizcaíno descuella por su accidentada orografía. Un buen ejemplo se encuentra entre Orozco y Ubidia, donde se eleva el pico del Gorbea (1.475 m), al oeste del cual la cordillera se adentra en la provincia de Álava y enlaza con las peñas de Orduña. El área occidental está jalonada por las montañas de piedra caliza del Duranguesado, mientras que en el límite con Guipúzcoa se alza la peña de Udala. Todo un regalo para los amantes de la naturaleza y el senderismo, que encuentran en Vizcaya un pequeño edén al alcance de la mano. 

Asimismo, este escenario de cuento va acompañado de una privilegiada situación climática, sin temperaturas extremas en ninguna época del año. Este clima templado, unido a la bravura del Cantábrico y la presencia de una geografía montuosa, hacen de Vizcaya un reto para los sentidos y una inagotable fuente de sorpresas.

Si a todo esto se le suman unas excelentes vías de comunicación (Vizcaya cuenta con ferrocarril y con la red de carreteras más densa de todo el Estado, así como el aeropuerto de Sondica y el bullicioso puerto de Bilbao), el resultado que se obtiene es una invitación perfecta a hacer la maleta y lanzarse a descubrir los mil y un encantos de esta tierra privilegiada.

Ya sea degustando los irresistibles pintxos en el centro histórico de su capital, midiéndose con las olas sobre una tabla de surf o dando un relajante paseo entre tupidos bosques, Vizcaya invita a ser descubierta sin prisas, con la certeza de que quien va una vez, siempre acaba regresando.

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